En la España democrática, por fortuna, nadie puede decir que
una víctima del terrorismo recibió un tiro en la nuca porque se lo había
buscado. Saltaríamos con la indignación a punto de reventar en el cuello. Nadie
entendería cualquier rebaja de responsabilidad de un asesino endosándole a un
guardia civil, un militar, un político o un niño que pasaba por ahí culpa
alguna en su muerte. En esa esquina del dolor algo hemos avanzado.
Sin embargo, día tras día, hay necios que escriben con puñal
que se atreven a decir que a las mujeres asesinadas les cabe su parte de culpa
en su muerte. Amparados en ese lugar que entregan los anuncios a las mujeres,
en ese humor repartido en bares y dormitorios sobre las mujeres, en esa
ausencia en grandes empresas, iglesias, rectorados, generalatos, secretarías
generales, de mujeres. No puedes tuitear sobre asesinos de la dictadura pero
puedes echar palas de estiercol sobre los cadáveres de las víctimas del
machismo.
Algunos matan a las mujeres dos veces. Hoy, otro sucedáneo
de escritor ha vuelto a vomitar -y unos cuantos periódicos, algunos financiados
con esos dineros que no quieren fiscalizarse, se lo han publicado – que hay
mujeres asesinadas que, en verdad, lo que han hecho ha sido suicidarse.
Escupe Manuel Molares, comentando el asesinato en Rivas
Vaciamadrid con el que empezamos dolorasemente el año, que ” Mujeres así se
convierten voluntariamente en esclavas sexuales de posibles asesinos. Los siguen
suicidamente por el placer físico que les proporcionan”. Por si no queda claro,
lo titula así: “Víctimas de su sexismo”. La mujer asesinada en Rivas se lo
merecía, porque era “estúpida”. Asesinada y asesina.
Hay algo quizá aún más terrible en estas opiniones indignas
y contrarias a la convivencia democrática: la negación de fondo de que una
mujer que decide necesita un castigo. La basura que escribe Molares se asienta
en una idea extendida que reposa en la cotidianeidad de nuestras sociedades:
las mujeres no pueden tener la libertad de los hombres. Una mujer que toma
decisiones sobre el placer sexual tiene que estar dispuesta a cargar con la
culpa. Incluido el asesinato. Quien piensa así, es, como se decía después de la
barbarie nazi, un asesino de escritorio. Esas opiniones no se amparan en la
libertad de expresión, sino en la impunidad de sociedades patriarcales que
siguen considerando a las mujeres como se consideraba a los esclavos en la
Grecia clásica. Horrorizan. No nos las merecemos.