viernes, 20 de marzo de 2020

La pandemia en América Latina: una crisis económica sin culpables



Un agente controla la temperatura a las puertas de La Moneda,
 sede del Gobierno chileno.MARTIN BERNETTI / AFP (AFP
Aunque Covid-19 es un choque adverso principalmente externo, —como en Asia, Europa y EE UU— sus efectos negativos sobre las economías se verán multiplicados por las medidas de aislamiento social requeridas para reducir la intensidad del contagio del coronavirus además de los cambios de comportamiento autoimpuestos con el mismo objetivo. País tras país han introducido la suspensión de entrada de viajeros y cierre de escuelas, estadios deportivos, sitios de entretenimiento, etc. Estas medidas ocasionan una caída del consumo y la inversión internas y por lo tanto en la actividad económica y los ingresos de las personas. Una manera de eventualmente limitar este efecto es dar acceso masivo a la prueba que permita diagnosticar quien es portador del virus y así poder implementar políticas de aislamiento focalizadas en lugar de tener que aplicarlas a toda la población.

Es difícil determinar cuán profundo y prolongado será el impacto económico de Covid-19. ¿Cuál es la capacidad que tienen los países para responder a estos choques adversos? La responsabilidad principal debiera recaer sobre la política fiscal. El problema es que los países de la región tienen poco o nulo margen de maniobra fiscal. Si la pandemia alcanza niveles críticos en América Latina (como lo hizo en Italia, Irán o Corea del Sur), los sistemas de salud serán avasallados y se agotarán los recursos fiscales para evitar una calamidad económica y social. El FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y otros deben tomar nota y hacer que sus apoyos financieros sean lo suficientemente generosos y, sobre todo, muy flexibles. No es momento de exigir condiciones. Estos apoyos deben de permitir que los gobiernos puedan llevar a cabo un nivel de gasto contracíclico y también un gasto focalizado en sectores prioritarios como los servicios de salud y hacia los individuos más vulnerables, tanto a la enfermedad como a sus consecuencias económicas. Entre los primeros se encuentran —sobre todo— las personas de tercera edad. Y entre los segundos están, además de este grupo, los que pierden empleo, los que requieren apoyo para el cuidado de sus hijos y enfermos para poder seguir trabajando y la población pobre en lo general, especialmente los niños y jóvenes.