Desde 1988, Trujillo y sus
alrededores fueron azotados por una serie de muertes y desapariciones. Humildes
campesinos, labriegos, ebanistas, comerciantes y habitantes de la región fueron
las víctimas de una macabra alianza entre paramilitares, narcotráfico y
miembros de la Fuerza Pública.
Tres años antes, en febrero de
1985, llegó a este pueblo vallecaucano el sacerdote Tiberio Fernández Mafla y
se convirtió no solo en el guía espiritual de los habitantes de la región, sino
en un hombre con un fuerte liderazgo que lo llevó a promover a la comunidad la
creación de más de 40 empresas comunitarias y microempresas familiares como
panaderías y carpinterías, entre otras.
El viernes santo de 1990, durante
la homilía, el padre Tiberio pronunció unas palabras que fueron premonitorias:
“Si mi sangre contribuye a que en Trujillo amanezca y florezca la paz que tanto
estamos necesitando, con gusto la derramaré”.
Tres días después y cuando
regresaba de Tuluá de asistir al funeral de su amigo Abundio Espinosa,
asesinado por su activismo y por hacer constantes denuncias de lo que pasaba en
la región, un grupo de paramilitares interceptó el campero en el que se
movilizaba el religioso en compañía de su sobrina Ana Isabel Giraldo Fernández,
el arquitecto Óscar Pulido y José Norbey Galeano.
Cinco días después, el cuerpo
decapitado del religioso fue encontrado flotando en el río Cauca, en
jurisdicción del municipio de Roldanillo. Sus acompañantes aún permanecen
desaparecidos.
En 2016, el Estado colombiano
reconoció su responsabilidad por los hechos violentos ocurridos en Trujillo
durante el periodo comprendido entre 1988 y 1992. Ese acto se dio en el marco
del cumplimiento de las obligaciones adquiridas por el Estado colombiano en el
Acuerdo de Solución Amistosa, celebrado el 6 de abril de ese año en la sede de
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con los representantes de las
víctimas de estos hechos, mediante el cual se concluyó el trámite internacional
del caso.
En el Parque Monumento, ubicado
en las montañas que bordean la localidad, lugar que conmemora el asesinato y la
desaparición de cerca de 235 víctimas desde 1986, se realizó el acto simbólico.
En la parte alta del parque se encuentra la tumba del padre Tiberio.
Una de las personas que más
conoció al sacerdote fue su sobrina, Gladys Fernández Giraldo, mujer de sentimientos dulces que rememora a
su tío. “Fue mi maestro, mi amigo, mi cómplice, fue realmente mi orientador
desde muy niña. Yo digo que lo que soy hoy se lo debo a mi tío, quien -al igual
que yo- nació en la vereda La Vigorosa, corregimiento de Salónica, del vecino
municipio de Riofrío”.
“Él fue un guía que además me
estímulo a ser sensible frente a las problemáticas sociales. Sin embargo, el
ejemplo que él me dejó, sobre todo, fue el de su liderazgo y compromiso con las
comunidades campesinas y más necesitadas. Eso es, lo que yo más llevo en mi
corazón”.
Al conmemorarse los 30 años de su muerte, Gladys, quien no vive de odios
ni rencores, destacó las calidades del religioso: “Recuerdo a un sacerdote que
se hizo con las uñas, una persona consecuente, con errores y aciertos como todo
ser humano, pero ante todo mi tío fue un ser humano comprometido con lo que él
creía que podía transmitir desde su ejercicio sacerdotal, un trabajo más allá
de lo puramente religioso. Celebraba con mucho amor su eucaristía, nos hacía
reír mucho en los acontecimientos o reuniones familiares, porque era un experto
en echar chistes, un gozón, muy alegre”.
También resaltó las destrezas
gastronómicas del padre. “Él llegaba a La Vigorosa, a la casa de mi mamá o a la
casa de mis tías a tomarnos lo que llamamos la merienda de chocolatico y
arepita, y nos hacía reír mucho con sus cuentos y chistes. Además, era muy buen
cocinero, sobre todo preparaba muy bien el sancocho y los fríjoles. Me acuerdo
que con mi mamá preparaban unos hojaldres deliciosos”.
No siempre lo rememora con
melancolía. “Por estos días de aniversario, también lo recuerdo con tanta
alegría porque su memoria está presente en todo, en las reuniones, en los
discursos y en su oratoria, porque si algo lo caracterizaba era la capacidad
para dirigirse al púbico. Por ejemplo, durante el sermón de las siete palabras,
la iglesia estaba a reventar porque todo el mundo lo quería escuchar y hablar
con él”.
“Días antes de su muerte, luego
de regresar de Roma, lo notaba un poco extraño. Él era muy reservado y no le
contaba a su familia lo que estaba viviendo por las amenazas que recibía.
Cuando él llegó al pueblo, luego de su escala en Bogotá, donde me entregó unos
detalles que todavía conservo, lo recibieron como a un héroe, con una caravana
desde el aeropuerto de Cali hasta Trujillo”, aseguró Gladys.
“El día de su muerte recibí una
llamada de una prima donde me informaba que mi tío estaba desaparecido. En el
transcurso de ese día recibí muchas llamadas de medios de comunicación, pero
guardaba la esperanza de que apareciera con vida. Nunca imaginé que lo fueran a
matar y menos con la sevicia y crueldad con que lo asesinaron, fue un horror”,
afirmó Gladys, con tristeza y dolor, ese que duele de verdad, porque trasciende
lo físico y se siente como una punzada en el alma.
Por su parte, Gerardo Fernández,
hermano de Gladys y también sobrino del sacerdote, refiere el legado de su tío.
“Indudablemente lo que resalto es el compromiso de él para con los
trujillenses; la apropiación que él hizo a través de su labor evangélica y de
su capacidad humana de relacionarse y de identificarse con las necesidades, con
el dolor, con el sufrimiento y con la marginalidad de la gente pobre de este
territorio”.
“También es importante resaltar
el compromiso para hacer educación política para una cultura democrática, que
siempre en estos procesos será mal vista por ciertos sectores de la sociedad
que están muy poco interesados en que haya verdadero desarrollo y verdaderas
comunidades fortalecidas democráticamente.
“Él era un personaje que a nivel
eclesial daba la impresión de ser muy conservador, muy ortodoxo, y resulta que
no: era todo lo contrario, era un ser de vanguardia, de alegría, de libertad y
de flexibilidad, porque entendía que el reino de Dios es de gente alegre,
comprometida, pero alegre”, agregó Gerardo.
La Ley de Víctimas
Sobre la Ley de Víctimas, creada
en 2011, Gladys se muestra de acuerdo. “Esta Ley es lo más positivo que le ha
podido suceder al país y a todas las víctimas; por fin las víctimas hemos sido
reconocidas, ya que anteriormente éramos unos seres anónimos.
“Lo que sí tengo claro es que
valoro esta decisión de Estado de crear la Unidad para las Víctimas, que tiene
personas comprometidas que, además de trabajar fuertemente, lloran con nosotros
y dicen: `tenemos que seguir adelante`; puede que la Ley tenga algunas
falencias, pero ninguna ley es perfecta”.
Hoy la comunidad trujillense, a
punta de perseverancia, resiliencia y siguiendo el legado del padre Tiberio,
trata de dejar atrás todo esos hechos luctuosos y muestra cómo de las cenizas
de la muerte puede florecer la esperanza.