Por Editson Romero Angulo
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En un mundo literario donde las heridas profundas de la memoria y las relaciones familiares se entrelazan, Melba Escobar nos entrega Las huérfanas, una novela visceral que explora los límites del dolor y la sanación. Publicada por la prestigiosa editorial Seix Barral, esta obra emerge como una radiografía del alma, un espejo desgarrador de las relaciones maternas y los fantasmas que habitan en el interior de cada ser humano.
El relato comienza con una revelación oscura, un eco del pasado que suena como una campana fúnebre. "Once años antes de tenerme, mi mamá se lanzó por una ventana", confiesa la narradora, Melba, la menor de cuatro hermanas. Desde esta confesión inicial, la trama nos sumerge en un universo donde la locura y el amor se encuentran en un equilibrio delicado, una danza entre la vida y la muerte.
Escobar no escatima en detalles crudos, plasmando con maestría los momentos más íntimos y dolorosos de la relación entre madre e hija. Los lectores se encontrarán con una madre monumental, una mujer inalcanzable en sus talentos, pero también profundamente herida. La madre, Myriam de Nogales, es presentada como una figura fascinante y terrible a la vez. “Lo peor que he hecho en mi vida ha sido tenerte”, le dijo en una ocasión a Melba, cuando la niña apenas tenía diez años. Este tipo de declaraciones se convierten en cicatrices en el alma de la protagonista, cicatrices que Escobar disecciona con la precisión de un bisturí literario.
Melina Escolar Escritora |
A lo largo de las páginas, Escobar construye una narrativa que oscila entre la frialdad del análisis y la calidez de los recuerdos familiares. En el relato de la madre, encontramos no solo el peso de la maternidad, sino también el espectro de la locura, una obsesión que la acompaña a lo largo de su vida. En un momento clave de la novela, Myriam confiesa que nunca había sufrido una depresión, sino que fue "un desbalance químico" lo que la llevó a saltar por la ventana. Esta ambigua explicación revela la complejidad de un personaje que, a pesar de su aparente cordura, siempre fue una extranjera en su propia vida.
El estilo de Escobar es un arma de doble filo. Nos regala pasajes de belleza exquisita, como la descripción de un otoño que se despliega con melancolía bajo la lluvia, mientras las hojas terracota caen de los árboles como los últimos vestigios de una vida que se extingue. Pero también nos golpea con escenas de crudeza desgarradora, como el intento de suicidio de la madre o la amenaza de lanzarse de un automóvil en movimiento.
Cada página de Las huérfanas es una excavación en la memoria, un intento de dar sentido a una vida marcada por el dolor y la pérdida. La narradora no solo busca entender a su madre, sino también reconciliarse con su propia identidad. “Mamá quiso ser la mamá que ella no había tenido, así como yo intento ser la que ella no fue”, reflexiona Melba, en un claro intento por romper con el ciclo de sufrimiento heredado.
La autora utiliza esta novela como un medio para indagar en los lazos familiares, en cómo se construye la identidad femenina y en el papel del patriarcado en nuestras vidas. A través de los ojos de Melba, Escobar nos invita a reflexionar sobre la complejidad de ser mujer en un mundo que impone expectativas y roles, y sobre cómo esos mismos fantasmas del pasado nos persiguen.
Con la publicación de Las huérfanas, Melba Escobar no solo entrega una obra literaria, sino también un exorcismo emocional. Es imposible cerrar este libro sin sentir el peso de sus palabras, sin experimentar la extraña mezcla de dolor y consuelo que García Robayo describe con tanta precisión: "Es imposible no llorar leyendo esta novela, y es imposible no sentir, al cerrarla, que nos arropa un manto de consuelo".
Este viaje literario es más que una simple lectura; es una experiencia que exige al lector abrirse, sentir y sanar junto a la protagonista. Las huérfanas es un libro que explora los límites de la cordura y la locura, de la vida y la muerte, y en ese espacio intermedio, entre el sueño y la vigilia, como bien describe Escobar, es donde se encuentran los fantasmas que realmente importan: los nuestros.