Por Editson Romero Angulo, cronista en el Simposio Nacional de Patrimonio Bibliográfico y Documental
Enlace interactivo. Video oficial del segundo día del
Simposio. https://www.youtube.com/watch?v=XAbbsToLiv4&t=623s
Bogotá amanece con una bruma suave que parece envolver los edificios como si la ciudad misma se preparara para hablar de memoria. Ya estoy en el auditorio donde se desarrolla la segunda jornada del noveno Simposio Nacional de Patrimonio Bibliográfico y Documental. El ambiente es cálido, no por la temperatura, sino por la energía que emana de los asistentes: bibliotecólogos, archivistas, docentes, estudiantes, editores, todos reunidos en torno a una misma convicción —la memoria no es un objeto, es una práctica viva.
La jornada inicia con la conferencia de Juan Álvaro Echeverry, profesor de la Universidad Nacional de Colombia. Su voz pausada y firme nos lleva a la Amazonía, donde las lenguas indígenas resisten el olvido gracias a un archivo digital que no solo documenta sonidos, sino que preserva cosmovisiones. “Cada lengua es una forma de ver el mundo”, dice, mientras proyecta grabaciones que parecen susurrar desde el corazón de la selva. Hay aplausos al final y un silencio reverente. La memoria, aquí, se escucha.
Universidades como guardianas del patrimonio
El panel de experiencias universitarias nos recuerda que la academia no es solo teoría, sino también territorio. Gonzalo Díaz presenta la Hemeroteca Digital del Chocó, un proyecto que rescata la prensa regional como testimonio y patrimonio. Lisette Urquijo nos lleva a Cartagena, donde la Fototeca Histórica revela rostros y paisajes que el turismo no muestra. Clara Mónica Orrego cierra con la Colección de la Normal Superior de Bogotá, una memoria pedagógica que narra la historia de la formación docente en el país. Cada intervención es una ventana abierta al pasado, pero también una invitación a construir futuro.
Memoria editada: entre manuscritos y voces silenciadas
El conversatorio es, quizás, el momento más íntimo del día. Norma Donato habla de su trabajo con los manuscritos de La vorágine, y cómo editar es también interpretar, resignificar, devolverle al texto su potencia simbólica. Ana Lucía Barros, por su parte, presenta la Biblioteca de Escritoras Colombianas, un proyecto que no solo recupera obras olvidadas, sino que cuestiona los silencios editoriales. Diego Pérez Medina, moderador y editor de la Biblioteca Nacional, hilvana las ideas con precisión, recordándonos que la edición es también una forma de militancia cultural.
Entre lo técnico y lo emotivo: el patrimonio como experiencia compartida
Mientras tomo notas y observo los rostros atentos del público, me doy cuenta de que este simposio no es solo un evento académico. Es un ritual colectivo donde lo técnico se entrelaza con lo emotivo, donde cada archivo, cada fotografía, cada manuscrito se convierte en una excusa para hablar de país, de historia, de identidad. Aquí, la memoria no se guarda: se comparte, se discute, se transforma.
Al salir del auditorio, el sol ya ha disipado la bruma. Pienso en las palabras de Echeverry: “Cada lengua es una forma de ver el mundo”. Y me atrevo a añadir: cada archivo es una forma de resistir el olvido.