Crónica: El bastón blanco, símbolo de luz y libertad Dedicada a nuestra amiga lectora, oyente y cibernauta Pegui

 Por, Editson Romero Angulo

Periodista

Hay objetos que parecen sencillos, pero encierran una historia de valentía y transformación humana. Uno de ellos es el bastón blanco, ese compañero inseparable de quienes caminan por el mundo con la mirada del alma. Su color, símbolo de pureza y visibilidad, no solo anuncia la presencia de una persona con discapacidad visual: también representa la autonomía, la dignidad y la libertad conquistadas a lo largo de décadas de lucha social.

El origen del bastón blanco se remonta a la década de 1920, cuando un fotógrafo británico, James Biggs, quedó ciego tras un accidente. Al enfrentarse a las calles de Bristol, decidió pintar su bastón de blanco para hacerse visible entre los vehículos y transeúntes. Su iniciativa pronto se difundió, y en 1931, en Francia, Guilly d’Herbemont promovió la entrega de bastones blancos a personas ciegas, consolidando así el símbolo de independencia que hoy conocemos en todo el mundo.


Con el tiempo, el bastón se transformó en una extensión del cuerpo y del alma de sus usuarios. En Colombia, su historia está ligada a las luchas por la inclusión y la accesibilidad, impulsadas por comunidades y organizaciones que entendieron que la verdadera visión está en la voluntad de vivir plenamente. El 15 de octubre, Día Internacional del Bastón Blanco, no es solo una fecha conmemorativa, sino un recordatorio de que la luz no siempre entra por los ojos, sino por la sensibilidad y la determinación.

Esa verdad se refleja de manera hermosa en el poema que nos envió desde Tunja, Boyacá, la escritora Elvia Lucía Martínez Tamayo, bajo el título A mi bastón blanco. Sus palabras retratan con ternura y fuerza la relación íntima entre la persona y su guía silencioso:

A MI BASTÓN BLANCO

Llegaste a mí cuando menos te esperaba, trayendo consigo autonomía, dignidad y libertad.

Desde entonces caminamos juntos, yo de tu mano, o quizá tú de la mía, desandando sombras y descubriendo horizontes, viviendo experiencias maravillosas e inesperadas.

Amigo fiel, testigo mudo de amores, de alegrías, silencios y desengaños, has sido mi guía en los días inciertos, mi equilibrio en la senda, mi compañero en el viaje sin final.

Contigo aprendí que la vida se toca, que la luz también se siente, y que cada paso es una victoria cuando se da con el corazón, me has llevado a seguir la huella de la vida por vivir.

— Elvia Lucía Martínez Tamayo, Tunja (Boyacá)

Este poema es un himno a la confianza y al coraje. En él, el bastón deja de ser una herramienta para convertirse en un símbolo de amor propio, resiliencia y movimiento interior. Cada paso guiado por él es un acto de fe, una manera de afirmar que el mundo se puede recorrer con otros sentidos y que la oscuridad no apaga la esperanza.

Por eso, esta crónica se dedica con especial afecto a nuestra amiga Peegui, lectora, oyente y cibernauta, que con su sensibilidad y su ejemplo ilumina la red de palabras y voces que compartimos cada día.
Que este homenaje le recuerde —como a todos nosotros— que la verdadera visión nace en el corazón, y que el bastón blanco no solo marca el camino, sino que dibuja la huella luminosa de quienes aprenden a ver con el alma.