jueves, 29 de mayo de 2025

Donde nace la niebla y el coraje

link de vídeo del artículo.

https://youtu.be/G8GcmJV0DTQ?si=6eynOQ7F8ojbWIba

Los hijos de Cundinamarca en la Vuelta de la Juventud 2025

Por: Edison Romero Angulo 

Productor de Contenidos Informativos 

Enviado especial para El Humanitario – Periodismo Libre e Independiente

Donde nace la niebla y el viento dobla los árboles como si rezaran, ahí estaban ellos. No eran más que sombras flacas sobre bicicletas, cruzando montañas con el coraje de quienes no se saben héroes, pero igual resisten. La Vuelta de la Juventud 2025 fue más que una competencia: fue un relato coral de esfuerzo, de historia tejida en silencio, y de muchachos que llegaron con lo puesto y volvieron con lo eterno.

La tierra hablaba. Desde las primeras pedaladas en Tibasosa, el asfalto caliente crujía como papel quemado bajo las ruedas del pelotón. Pero entre todos, había uno que no corría solo: cargaba a Tenjo en el pecho y a Cundinamarca en las piernas. Juan Felipe Rodríguez, ojos de horizonte y respiración de piedra vieja, tejía su conquista sin levantar la voz. Lo vi en la tercera etapa, cuando el sol caía a plomo sobre Mariquita y muchos comenzaron a vacilar. Él no. Su pedal era constante, casi como si no temiera a la fatiga, como si se alimentara de ella.


Y es que el ciclismo, en estas tierras, no es deporte: es promesa. Lo que supe en el Alto de Letras, donde la niebla no deja ver más allá de cinco metros, pero se puede escuchar el aliento de los campesinos que madrugaron a animar. Allí, entre la bruma, Rodríguez mantuvo el paso. No necesitaba ganar la etapa. Necesitaba no ceder. No mostrar flaquezas. Y no lo hizo. Parecía un roble que pedaleaba y pedaleaba.

Junto a él, otros hijos de su tierra trazaban su camino. Estiven García, de Zipaquirá, fue escudero y centinela. Protegió a su compañero con una fidelidad casi medieval. En la quinta etapa, cuando el ascenso a Montebello exigía no piernas, sino fe, García se mantuvo férreo. Sabía que en el ciclismo no gana solo el que cruza primero, sino el que sostiene a los suyos cuando se tambalean.

Jaider Muñoz,
Y entonces apareció la furia alegre de Jaider Muñoz, nacido en Soacha. Si Rodríguez es la constancia y García el abrigo, Muñoz fue el fuego. Ganó en Montebello con un ataque que rompió la tarde. Repitió hazaña en la contrarreloj final, donde el viento era cuchillo. Lo vi cruzar la meta con los ojos abiertos de par en par, como si el mundo recién comenzara.

Vi también a madres que lloraban con transmisiones mal sintonizadas en radios de pilas. A niños que dibujaban bicicletas en los cuadernos, escribiendo en letras torcidas: “Juan Felipe, campeón”. Vi a Colombia ilusionarse no con cifras ni estadísticas, sino con rostros humildes, sudorosos, que pedalean como si cada kilómetro fuera un tramo más hacia la esperanza.


La Vuelta de la Juventud no fue una carrera. Fue un espejo. Y en ese espejo, los cundinamarqueses nos vimos grandes. Sin necesidad de grandes escenografías, sin patrocinios ruidosos, sin discursos prefabricados. Solo con esfuerzo. Solo con verdad.

Al final, cuando el sol se escondía en La Unión y la voz del locutor anunció que Rodríguez era el nuevo campeón, hubo un silencio breve en el podio. Como si todos entendieran que no era él solo el que ganaba. Era la tierra. Eran sus grandes luchas  padres, su barrio, sus primeras caídas. Era, sobre todo, la certeza de que en Colombia, donde tantas veces los sueños se apagan antes de nacer, aún hay quienes pedalean hacia la dignidad.

Y nosotros, como medio libre e independiente, teníamos que estar ahí. No para contar una victoria más, sino para honrar la historia que rueda, resiste y sueña desde el corazón de Cundinamarca.