El pez en el espejo. Alberto
Duque López,
Editorial Planeta. Bogotá 1984.
En la madrugada del lunes de
carnaval, un joven estudiante de medicina asesinó en Barranquilla brutalmente a
tres mujeres indefensas en una residencia del barrio El Porvenir, en lo que se
calificó como "el crimen local más espeluznante de los últimos
tiempos". Las noticias relativas al crimen, las motivaciones del criminal
y la personalidad de las víctimas y del victimario, fueron tejiendo por esos
días una crónica dramática y oscura, a veces tan espeluznante como es usual
encontrarla en las macabras novelas criminales.
Las noticias impresas, las
crónicas periodísticas, fueron configurando toda una geografía desolada del
crimen y del criminal. Desde este mismo litoral Alberto Duque López entrevió en
el macabro suceso la posibilidad de retomar los hechos y a partir de allí
crear, en esta perspectiva, una novela, "El pez en el espejo"
(Editorial Planeta, 1984). Se tiende a pensar generalmente que la más inmediata
relación que uno puede establecer entre literatura y realidad, es aquella que
consolidó Truman Capote con "A sangre fría", un relato que surge de
un hecho real: relato verídico de un triple asesinato. Pero después de recorrer
las primeras páginas de la novela de Duque López se comprende que se trata ya
de una taxonomía de otro estilo. Truman Capote, y después de él quienes han
cultivado el género de la novela real, reconstruyen en lo posible los hechos
tal como debieron suceder, a través de entrevistas, diálogos, cartas y
testimonios. Es el método y la forma con que la novela real ha de mantener su
sangre fría ante los hechos relatados pues se trata también de impedir verse
arrastrado por las intermitencias personales de las interpretaciones subjetivas
del escritor. Ese rigor narrativo es, naturiodistas para volver sobre el
macabro escenario, por otra parte orienta su proyecto literario en una
dirección menos documental. Duque López busca la creación de "una novela
que forme parte de la simple ficción" y cuya relación con la realidad
"corresponde a la libre interpretación del autor". No es, pues,
"El pez en el espejo" una reconstrucción minuciosa y patética del
crimen de las Kaled. Aunque estos hechos están obsesivamente presentes a lo largo
de la novela, nunca acaban de salir a plena luz, se diluyen fugitivos,
envueltos entre sombras hacia otras regiones de la narración. De hecho la
construcción de la novela obedece a un plan literario asumido con enorme
libertad artística. La narración cambia incesantemente de un punto de vista a
otro, pero la propia voz del narrador, es lo que comunica una creciente tensión
de suspenso a sus páginas. Unas veces quien relata los hechos es el propio
criminal, en la novela llamado Sebastian, otras su madre, otras las víctimas que
saliendo espectramente de su inmovilidad yacente recobran por momentos la vida,
con el dolor de la muerte, en una angustiosa búsqueda que realia el autor tras
los ámbitos donde la novela se exaspera. El narrador -los narradores- van
haciendo girar los hechos como en un carrusel de espejos, que va capturando un
lenguaje con la movilidad lírica de quien se ha arriesgado a recomponer con la
sola luz de la intuición, los sentimientos, los movimientos psíquicos, la
condición violenta y el desmoronamiento de unas vidas.
Si la diversidad de planos en que
se desarrolla la novela nos remite a la imagen del confuso caos de una memoria
atormentada, la unidad estilística de la narración nos pone ante un hecho
estético evidente: el conjunto de la obra va ensamblando su propia coherencia,
episodio tras episodio, bajo la noción de una compleja estructura
cinematográfica. No en vano el autor a lo largo de los años ha desplegado una
labor apasionada y afirmativa en el campo de la crítica cinematográfica. Así no
es raro que en la novela surjan como sombras, de entre sombras, los personajes
y los mitos cinematográficos. La alteridad entre lo real y lo imaginario que se
da en los saltos súbitos y frecuentes es lo que conduce inexorablemente al
lector a aferrarse al libro hasta la última página, no sin cierta angustia.
Duque López con "El pez en el espejo" ha sabido tocar una fibra
sensible de nuestra curiosidad. Podríamos decir que la eficacia de la escritura
de Alberto Duque no radica en su capacidad para crear un retrato preciso,
realista, sujeto a los principios clásicos de composición literaria, a los
juegos de luz y de sombra, de perspectiva: no, aquí se trata más bien de una
larga serie de esbozos que van definiendo con premura los diferentes rasgos de
las diferentes realidades en que se disuelven y se suceden los personajes,
siempre en el limite mismo del suceso central: el asesinato de las tres
mujeres.
Alberto Duque no justifica el
crimen, pero al explicarlo como consecuencia de una fantasia mística, lo que
hace que escape a un orden estrictamente moral, quiere comprenderlo como parte
de un fenómeno más vasto, el trastorno en el equilibrio entre el hombre y el
poder sobrenatural de lo sagrado, que se vuelve nefasto: el poder que tiene la
muerte en el sacrificio que la ilumina. Aunque el término "psicópata"
puede explicar en los prontuarios de los jueces y en los diagnósticos de los
psiquiatras la conducta del criminal, la novela de Duque López busca
deliberadamente invalidar la reducción de una compleja cadena de acontecimientos,
internos y externos, a la razón de un sólo término que limita y que ordena:
psicopatía. Quizás por esto mismo Alberto Duque López eligió el recurso
entrecortado y sinuoso de su escritura, una escritura móvil que rescata del
fondo confuso la confesión del criminal y su implícito deseo de ser absuelto,
aunque jamás pase por lo incondicional que hay en todo arrepentimiento.
Tomado de: https://www.semana.com/el-pez-en-el-espejo/6100-3/