Por. Editson Romero Angulo
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Edición Extraordinaria – Viernes, 7 de Nisán, Año 33 d.C.
Los hechos se desarrollaron con dramática rapidez desde la madrugada. Según fuentes confiables, Jesús fue arrestado anoche en el Huerto de Getsemaní, tras ser señalado por Judas Iscariote, uno de sus discípulos, quien lo entregó a las autoridades religiosas con un beso.
Juicio en la oscuridad
Sin embargo, como el Sanedrín carece de autoridad para ejecutar la pena capital, llevaron a Jesús ante el gobernador romano Poncio Pilato en la mañana, acusándolo ahora de sedición y de proclamarse “Rey de los Judíos”.
Pilato cede ante la multitud
Lavándose las manos ante el pueblo, Pilato entregó a Jesús para que fuera azotado y crucificado.
Crucifixión y muerte
A media mañana, Jesús fue llevado al Gólgota cargando su cruz, escoltado por soldados romanos. Una multitud lo siguió, muchos en silencio, otros burlándose. Fue crucificado entre dos criminales, con un letrero clavado sobre su cabeza que decía: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos.”
Durante las horas de su agonía, según los presentes, pronunció frases conmovedoras: perdonó a sus verdugos, aseguró el paraíso a uno de los crucificados junto a él y, finalmente, exclamó con voz fuerte: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”
Murió alrededor de la hora novena (aproximadamente las 3 de la tarde). En ese momento, testigos afirman que el cielo se oscureció y un fuerte temblor sacudió la tierra. Incluso se reporta que el velo del Templo se rasgó en dos.
Sepultura vigilada
Jerusalén en silencio
La ciudad entera guarda una inquietante calma mientras cae la noche del día de preparación. El cuerpo de Jesús yace ahora en la tumba, pero su impacto en Jerusalén apenas comienza a sentirse. Algunos lo lloran como un inocente, otros respiran aliviados… pero todos coinciden: nada volverá a ser igual.