La científica de las vicuñas
La investigadora del Conicet fue distinguida por sus estudios en el cuidado de la diversidad y la conservación de la vicuña en el norte argentino. Una especie con un altísimo valor económico, pero también simbólico. Hoy recibe el premio en la ciudad coreana de Pyongyang.
Por Pablo Esteban
Bibiana Vilá es docente de la Universidad de Luján (UNLu) y coordinadora científica de la Comisión Asesora en Biodiversidad y Sustentabilidad del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación. Hoy recibirá el premio Midori en la ciudad surcoreana de Pyongyang, en reconocimiento a sus investigaciones sobre la ecología y la conservación de las vicuñas silvestres vinculadas con el desarrollo de comunidades locales en Jujuy. Vilá hace 29 años que trabaja en el tema y es la primera científica argentina galardonada por la Convención de Biodiversidad y la ONU.
Además conduce el equipo multidisciplinario de investigación denominado Vicam (Vicuñas, Camélidos y Ambiente) que, entre otras iniciativas, promovió junto a los pueblos originarios la recuperación del “chaku”, ritual prehispánico que impulsa una esquila controlada de la especie. Ello favoreció el desarrollo de un proceso de concientización sobre la regulación de la biodiversidad y la importancia del bienestar animal para las poblaciones andinas locales.
El alto valor de la fibra de la vicuña en el mercado, utilizada en la industria textil, causó casi la extinción del animal en la década del ’60. Sin embargo, un convenio firmado a fines de los ’70 con Bolivia, Chile, Perú y Ecuador impulsó el cuidado sustentable de esta clase de camélidos que, en la actualidad, cuenta con más de 80 mil ejemplares en la Argentina.
–Es la primera científica argentina en recibir el premio Midori. Me imagino su alegría, pero el compromiso con su trabajo se intensifica...
–Sí, más bien se trata de ratificar el compromiso con una especie de un alto valor económico que atrae actores e intereses que no siempre están del lado de la conservación y de la sustentabilidad de la biodiversidad. Un orgullo y una obligación que, por supuesto, me invita a seguir trabajando, a sostener los esfuerzos. Para mí, estudiar las vicuñas siempre fue un placer, pero tiene momentos difíciles en que una se siente sola. Por ello, el reconocimiento implica visibilidad y ello ayuda a sentirse acompañado. Soy conservacionista, pero desde la ciencia. Todos los procesos de toma de decisiones están teñidos con ello. De todas maneras, el equipo Vicam en que trabajo es maravilloso, pero la carrera académica se vuelve complicada y más si tu objeto de estudio está atravesado por múltiples intereses.
–Hace 29 años comenzó con esta investigación, ¿por qué escogió a las vicuñas como su objeto de estudio?
–Cuando me estaba por recibir de bióloga, con un grupo de compañeros nos juntábamos a estudiar sobre una rama que se llama Ecología del Comportamiento, que implica pensar en el comportamiento animal con relación a su capacidad de adaptación al ambiente. Por otro lado, a los veinte años viajé de mochilera a Jujuy, Bolivia y a Perú, y el Altiplano me cambió la perspectiva de vida. Enseguida me gustaron los camélidos, la cultura andina, el paisaje y sobre todo la vicuña. Se trata de una de las pocas especies de mamíferos en la cual el macho está con las hembras durante todo el año, de tipo poliginea (el macho posee más de una hembra en forma simultánea) y sin dimorfismo sexual (es decir, no se diferencian de las hembras en contextura física). De modo que ya desde su biología se trataba de un animal interesante que, además, se encontraba en peligro de extinción y había sido poco estudiado. Toda una atracción para una joven bióloga aventurera apasionada por los animales silvestres. Su desventaja era el contexto hostil donde vivía y las dificultades de acceso a su ecosistema. De todas maneras siempre me gustaron los desafíos, así que partí con mi mochila, mi grabador, mi telescopio, mi cámara de fotos y... ¡no volví nunca más!
–Comentaba que era una especie en extinción cuando empezó a investigarla...
–La vicuña es un animal que hasta la llegada de los españoles se encontraba bajo la contención de un esquema indígena sustentable muy eficaz, pues la fibra de vicuña fue valorada desde un comienzo. De hecho, en la época incaica, la vicuña sólo vestía a la realeza y en la actualidad viste a los millonarios. Con la llegada de los españoles y la utilización de las armas de fuego, el cuidado de la vicuña tomó otro rumbo en un marco mucho más complejo. Se trata de un animal que pesa unos 50 kilos, que alcanza gran velocidad y salta hasta dos metros de altura. Un bicho grácil, pero poderoso. De aquí la dificultad para su captura. Por suerte, en la actualidad hay unos 80 mil ejemplares, aunque en 1960 sólo existían unos dos mil o tres mil apenas.
–Existe un convenio que regula el desarrollo sustentable de las vicuñas. ¿Cómo influyó el desarrollo del nuevo marco legal al momento de sancionarse?
–Ese convenio salvó la especie. Si no se tomaban medidas de este estilo, desaparecía. Existían bandas de vicuñeros que las capturaban de modo clandestino. Su artículo más importante señala que las vicuñas deben ser utilizadas por los pobladores locales andinos. En este sentido, parte de salvar una especie implica conocer sus características y sus modos de acción. Es por ello que cuando comencé a estudiarlas, mi trabajo fue algo así como el descubrimiento de la vicuña en la Argentina. Me sentaba con mi telescopio a mirarlas detenidamente, me levantaba antes que ellas y me acostaba después.
–Se trata de un animal que posee valor económico. ¿Cuáles son las complicaciones que implica pensar en las vicuñas como si fuera una mercancía?
–Existe una fuerte tendencia a transformar la especie en un commodity, es decir, la vicuña deja de ser vista como un animal silvestre de la Puna que se relaciona con las poblaciones locales y comienza a ser resignificada en función de sus kilos de fibra. En efecto, pasa a ser observada como si fuera un objeto susceptible de ser comercializado y ello afecta su conservación. Si hay algo en lo que invierto energía es en ese cuidado. Por lo menos en los sitios en los que me muevo, me esfuerzo para que ello no ocurra. Cuando hay dinero, ingresan nuevos actores que buscan participar.
–¿Cuánto puede salir el kilo de fibra?
–Se paga unos 600 dólares. Hay mucho dinero de por medio con este animalito, pues se trata de una de las fibras más caras del mundo. Como decía un colega: la vicuña encuentra en su fibra su bendición y su castigo. Por obtener la fibra de esta especie les pegaban tiros para exportar sus cueros, y por otra parte, gracias a la fibra de vicuña, en la actualidad, la conservación es regulada bajo un control más riguroso que permite la reproducción de la especie. Cada individuo brinda poca cantidad de fibra, unos 200 gramos, ya que es muy liviana.
–De modo que el factor económico es innegable, ¿pero cómo se conjuga ello con el valor simbólico asignado por las poblaciones locales?
–Bueno, es un animal que posee un alto valor simbólico. Detrás de la vicuña subyace una cosmovisión andina muy arraigada. El animal se encuentra asociado a la Pachamama –deidad incaica–, dueña de la fauna de la región, y a su vez se encuentra protegido por Coquena, un pastorcito con apariencia de duende que castiga a quien maltrata a las vicuñas. Entonces, todo el conjunto de creencias emerge y se combina al momento de la captura. No-sotros antes de capturar hacemos una “chayada”: un evento fundamental y obligatorio que implica la realización de un agujero en la tierra, y se depositan hojas de coca, cerveza, alcohol y cigarrillos. Por supuesto, se trata de un ritual realizado por los pobladores al que nosotros como equipo de investigación somos invitados. Después de todo, las muestras científicas corresponden al equipo, pero la fibra es de la comunidad.
–¿Cómo se realiza el proceso de captura?
–La captura es en conjunto, todos los actores del pueblo llevamos las vicuñas al corral. La motivación y las ganas se unen para cumplir un mismo objetivo, y ello coadyuva para que las diferencias culturales se esfumen. Somos más de cien personas que trabajamos en el campo. Si el arreo fue bueno, conseguimos capturar unas ochenta vicuñas al día. Una vez que se encuentran allí, dividimos tareas. Si bien el grupo científico determina qué animales son aptos para esquilar, el proceso efectivo lo realiza la comunidad. La Secretaría de Gestión Ambiental de Jujuy también participa del control, pues se encargan de inspeccionar y separar la fibra producto de nuestra acción de aquella conseguida a través de la caza furtiva. Es muy grave la caza no regulada, porque potencia las chances de extinción.
–Una vez que son atrapadas, ¿qué trato establecen bajo la manipulación humana?
–La vicuña es un animal silvestre que no está acostumbrado a relacionarse con los seres humanos. Entonces desarrolla reacciones frente a las personas como si fueran sus predadores. Por ello, cuando las reunimos, tomamos muestras de sangre para medir las hormonas de estrés, lo que tiene su complejidad. Desde Vicam impulsamos y construimos un contexto científico que nos permite tratar una serie de asuntos muy importantes, como el principio de precaución.
–¿De qué se trata?
–Nosotros escribimos con la comunidad un documento que se denomina Plan de Manejo, que incluye todas las investigaciones biológicas previas a la captura que nos permite, a su vez, solicitar las autorizaciones en los organismos de control de fauna de Jujuy. Se trata de un documento precautorio, pues se razona sobre los distintos momentos del manejo de la fauna: se predicen los riesgos y los modos en que pueden ser resueltos. Por ejemplo, se estipula el modo de actuar si en el proceso de arreo interviene otro animal, como puede ser el zorro. Ello debe ser previsto, el momento del arreo es muy intenso y rápido. Todo ello diferencia la captura en un marco científico de uno realizado de modo ilegal, en que no se prevén ninguna de estas variables.
–¿Qué valor atribuye a la educación ambiental con respecto al bienestar animal?
–A la educación ambiental le dediqué muchísima energía. Cuando llegué a la Puna, me sorprendió el divorcio entre lo que los chicos estudiaban en la escuela respecto de su realidad. Los libros no explicaban las características de la Puna; sólo a veces lo trataban como un asunto marginal. Las escuelas estaban situadas en un ecosistema que no se correspondía con los que los maestros enseñaban. En efecto, armamos unos cursos de educación ambiental y capacitación docente que los dictamos en Catamarca, Salta y Jujuy. Congregábamos maestros de la Puna en distintos pueblos por cinco días y luego hacíamos una salida al campo. Por supuesto, los camélidos eran un eje histórico que atravesaba y articulaba toda la historia de la región. La educación ambiental constituye la última pata de un trabajo muy rico en esfuerzo y rigurosidad científica.