jueves, 11 de junio de 2020

EL SÁDICO PODER DE LOS DÉBILES (Audio)



Por Hugo Alfonso Torres Salgado

       Profesor y Analista

Luego de una invasión de infinidad de videos que se cuelgan en las redes sociales, con el propósito de causar respuestas subliminales frente a los hechos allí reflejados, me encontré con un enjambre de fotografías de cuatro policías en Minnesota realizando un procedimiento policial, que dio como resultado la muerte del ciudadano George Floyd, a manos de la autoridad.

Oí diversas opiniones de algunas personas que van desde la indignación hasta la tácita justificación de alguien que me decía “es que era un negro”.

Como dichas acciones no se presentan solamente en débiles eslabones de la cadena del poder, sino que reflejan un malestar creciente, la ruptura de canales dialógicos se manifiesta en abuso de autoridad por quien está investido de ella, o una desinstitucionalización de la sociedad, que va perdiendo cada vez más la credibilidad en quien representa dicha autoridad.

Al encontrar que unos policías se referían a un anciano que decidió salir a vender dulces en época de pandemia y confinamiento para adultos mayores, luego de agredirlo y lesionarlo con secuelas tal vez permanentes en su cara, con lenguaje de barriada, con frases como “cucho, usted se embaló” o “está por dentro cucho” y lo gritaban para desestabilizarlo emocionalmente, mientras de su pómulo salía un hilillo de sangre o que otro grupo de policías agredía a un ciudadano de tercera edad golpeándolo para llevarlo a un CAI en Normandía; en el Tunal a un trabajador de mantenimiento del sector salud le destrozaban sus pertenencias, mientras en Arauca un joven muestra en un video las secuelas de los golpes sufridos en una estación de policía, mi conclusión es que la agresión y el sometimiento de la ciudadanía por la fuerza, en lugar de ser hechos aislados, que merecerían el repudio de la institucionalidad, son políticas tácitas de Estado, que se derivan de un concepto velado de control que viene destrozando la democracia, asesinando líderes y lideresas sociales, desprestigiando y agrediendo comunidades étnicas y raizales, marginalizando sectores tradicionalmente productivos, rotulando de terroristas a los disidentes, para des institucionalizar al país, sometiendo a quien esté en contradicción con estos parámetros al escarnio, la agresión o la eliminación física.

Es muy fácil cruzar los linderos de la institucionalidad en un país que, además de entronizar un poder mafioso, amparado bajo los esquemas formales de la democracia, ahora se convierte en exportador de dicho modelo, como lo denuncian líderes sociales de Honduras, donde este estilo se  consolida de la mano de prósperos empresarios antioqueños como el señor Vélez Ochoa. Por esto habría que ver cuáles son los currículos de formación en desarrollo ciudadano y apropiación de la defensa de las instituciones, que tienen las academias de policía, porque cuando no se producen fenómenos aislados sino hechos, cada vez más frecuentes, de violaciones y constreñimiento de los derechos ciudadanos, algo huele feo debajo de los procedimientos policiales.

Múltiples manifestaciones hemos oído de primera mano, esbozadas por representantes de una ultraderecha que defiende un modelo semi-feudal de la tenencia de la tierra, arrebatada en acciones de desarraigo a dueños/as obligados a salir por la fuerza, quebrando por el peso de la ley a infinidad de campesinos tradicionales, imponiendo por la fuerza un control territorial en diversas zonas del país, afianzando no solo el despojo sino la nueva legalidad, al impedir la reclamación de las tierras por sus dueños legítimos.

Si esto ocurre en las altas esferas del Estado, el reflejo de estas conductas en los sectores más débiles de la cadena de control son la extralimitación en la aplicación de los procedimientos, la invención de parámetros que no existen en la Ley, la interpretación al arbitrio del uso excesivo de la fuerza, de acuerdo a la consideración particular de cada representante de la ley, dando pie a una polarización constante que coloca al borde de la confrontación generalizada a la ciudadanía que se pregona defender.

Lejos se está de que el confinamiento, el pánico a la muerte y la ansiedad que produce la pérdida del confort nos transforme en mejores personas, porque el anquilosamiento cultural al que sometieron las generaciones del siglo XX, ha causado respuestas reflejas en la población, obnubilando posibilidades de cambio, lo que impide transformar las relaciones entre los seres humanos por unas que estén por encima de la eliminación de la diferencia, la defensa de los privilegios y el constante marginamiento de los débiles, que son concebidos por el modelo como carne de cañón,  para ser utilizada en el mantenimiento de la desigualdad. La respuesta de los débiles frente al sometimiento al poder, obviamente, no es otra que el sadismo contra sus iguales y la genuflexión frente a los poderosos.   Ojalá juntos construyamos procesos de cambio.