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Por. Editson Romero Angulo
Productor de Contenidos Informativos
Un pliego arrugado sobre la mesa del Congreso. Era apenas una propuesta, pero su tinta ardía con las demandas de décadas. Se llamaba Reforma Laboral, y traía la firma del presidente Gustavo Petro y de su ministra de trabajo, la combativa Gloria Inés Ramírez. No era una ley cualquiera; era una provocación a la vieja Colombia. A los señores del poder, a los empresarios de corbata dorada, a los sindicatos amarillos y a los que vivieron del contrato basura.
La respuesta fue furiosa.
Dos veces
fue archivada. Dos veces, muerta en los pasillos del Capitolio. Pero en los
barrios, las plazas y los parques industriales, nacía otra cosa: indignación
organizada. Los sindicatos se reactivaron. Las plataformas digitales, los
aprendices del SENA, los trabajadores informales, las mujeres cuidadoras...
todos comenzaron a verse a los ojos y reconocerse: “Aquí estamos, y esta ley es
nuestra”.
II
Marzo de
2025.
La muralla del Congreso contra los trabajadores
En la Comisión Séptima del Senado, ocho senadores se alzaron como muro de contención. Miguel Ángel Pinto, Honorio Henríquez, José Alirio Barrera, Nadia Blel, Beatriz Lorena Ríos, Ana Paola Agudelo, Berenice Bedoya y Esperanza Andrade presentaron una ponencia negativa. Querían hundir la ley sin debate, sin escuchar a los trabajadores, sin mirar a los ojos de quienes barren las calles al amanecer o reparten comida bajo la lluvia.
La
tercera derrota parecía inevitable. La Comisión Séptima del Senado, con nombres
ya repetidos en los carteles sindicales —Miguel Ángel Pinto, Honorio Henríquez,
Nadia Blel, José Alirio Barrera— volvió a decir “no”. Entonces el gobierno
contraatacó con una jugada inédita: una consulta popular.
Pero el pueblo no quiso esperar.
Se
volcaron a las calles: la huelga de base, el mitin improvisado, los carteles
caseros. Se cantó en ritmo de tambores y en gritos de megáfono: “¡La reforma se
queda, la explotación se va!”. El sindicalismo resurgió con una voz nueva, y
sectores independientes, críticos y hasta opositores moderados comenzaron a
negociar. La presión callejera reescribía la matemática parlamentaria.
Y
entonces, lo impensable:
El Senado
revivió el proyecto y enterró la consulta. La reforma laboral volvía a
respirar.
III
25 de junio de 2025 – Quinta de Bolívar.
No pudo haber escenario más simbólico. Donde alguna vez libertadores soñaron repúblicas, el presidente Petro sancionó la Ley 2466 de 2025. Rodeado de sindicalistas, trabajadoras domésticas, mensajeros de apps, y estudiantes del SENA, levantó el documento como quien alza un acta de emancipación. No era retórica: lo que se aprobó ese día era una victoria popular escrita en lenguaje jurídico.
✊ Lo que ganó el pueblo
La Ley Petro no fue cosmética. Fue cirugía estructural:
• Estabilidad
real: los contratos a término fijo no podrán superar los 4 años. Más allá,
serán indefinidos. Se acabó el carrusel de la incertidumbre.
• Trabajo
nocturno y dominical con dignidad: recargos progresivos hasta el 100 %, y
jornada nocturna desde las 7 p.m.
• Reconocimiento
pleno a los aprendices del SENA: salario justo y afiliación desde la primera
clase teórica.
• Inclusión
real: cuotas de empleo para personas con discapacidad, permisos humanos para la
vida (citas médicas, cuidado familiar, menstruación dolorosa), y protección al
teletrabajo y al trabajador digital.
• Sindicatos
fortalecidos: nuevos requisitos de equidad, paridad y democracia interna.
Organizarse dejó de ser un derecho en papel para ser un poder concreto.
IV
Ahora viene la otra lucha.
La ley no se aplicará por arte de magia. Las empresas van a resistirse. Algunos políticos ya hablan de reformarla. Por eso, la consigna que ahora vibra en las asambleas es simple y urgente:
¡Que no
se quede en el papel!
Epílogo
Esta
crónica no termina en el Congreso. Sigue en cada taller, en cada reunión
sindical, en cada plataforma de mensajería, en cada madre que por fin puede
faltar sin miedo para cuidar a su hijo.