A lo largo de su historia, la lengua rusa ha sobrevivido a dos reformas de gran envergadura y bien conocidas. La primera la llevó a cabo Pedro el Grande en el siglo XVIII, la segunda la acometieron los bolcheviques en 1917. Pero no se conoce tanto que, en la época soviética, Rusia se estaba preparando para otra transformación radical en el campo lingüístico: la romanización o latinización (representación de un idioma mediante la utilización del alfabeto latino).
Las discusiones sobre en qué alfabeto debía basarse la
escritura rusa se remontan a cuando Pedro I introdujo para sus súbditos el
nuevo alfabeto civil, en lugar del eclesiástico. Muchos científicos
occidentales suponían que el zar reformador acabaría de completar la
transformación de la vida rusa a los usos europeos transliterando la lengua
rusa con el alfabeto latino. Pero eso no ocurrió.
Sin embargo, el proyecto de romanización de la lengua rusa
fue recuperado tras la Revolución de Octubre de 1917, puesto que respondía
perfectamente a la concepción de Lenin y Trotski sobre la creación y la
importación de la cultura proletaria universal en el marco de la futura
revolución mundial.
Según el Comisario del Pueblo de Instrucción, Anatoli
Lunacharski, el alfabeto latino facilitaría considerablemente el estudio del
ruso “como lengua proletaria de todos los países”: “La necesidad o la
conciencia de lo imprescindible que es aligerar un alfabeto absurdo, agravado
por reminiscencias históricas y prerrevolucionario es algo que todas las
personas más o menos cultas sienten”.
Al principio de la década de 1930 el alfabeto latino
reemplazó por completo el alfabeto árabe en todos los pueblos musulmanes de la
Unión Soviética, sustituyó asimismo muchos alfabetos cirílicos de pueblos no
eslavos y también formas tradicionales de escritura de los pueblos mongoles
(como los buriatos y los calmucos). Un efecto positivo de los esfuerzos
emprendidos fue la erradicación del analfabetismo y la difusión de la educación
primaria entre todos los pueblos de la URSS en un tiempo récord.
Pero Lenin no se apresuró a introducir el alfabeto latino
para la lengua rusa: “Si empleamos a toda prisa un nuevo alfabeto o introducimos
rápidamente el latino, que después de todo tendrá que adaptarse al nuestro,
podemos cometer errores y crear un espacio superfluo sobre el cual se
abalanzará la crítica, hablando de nuestra barbarie, etc. No dudo en que
llegará el momento en que se romanice la escritura rusa, pero ahora no es
prudente actuar con precipitación”, respondió en una carta personal dirigida a
Lunacharski.
No obstante, el Comisariado del Pueblo de Instrucción,
encabezado por Lunacharski, llevó a cabo una importante reforma de la lengua
rusa: el alfabeto ruso prerrevolucionario fue limpiado de una serie de letras
“superfluas” (así, por ejemplo se sustituyó la letra ѣ (yat) por la e, la letra
i por la и, la letra Ѳ por la ф), se redujo el uso de la letra ъ (signo duro),
que antes de la Revolución se escribía obligatoriamente en posición final en
todas las palabras acabadas en consonante. Hay que señalar que, para su
reforma, los bolcheviques utilizaron proyectos ya desarrollados en tiempos de
Nicolás II en la Academia Imperial de las Ciencias en 1904, 1912 y 1917.
Eclosión de las lenguas nacionales
En cuanto al proyecto de romanización de la lengua rusa, no
se opusieron los bolcheviques ni los lingüistas adscritos a ellos. El poder
soviético aspiraba a atraer, tanto en el centro como en la periferia, a cuantos
más partidarios mejor y, por eso, trataba de demostrar por todos los medios su
disposición a conceder a los pueblos de Rusia el máximo de libertad, hasta en
la elección del alfabeto.
El alfabeto ruso, mal adaptado “a los movimientos del ojo y
de la mano del hombre contemporáneo”, fue declarado una “reliquia de las artes
gráficas clásicas de los siglos XVIII-XIX de los señores feudales,
terratenientes y burgueses” y “las grafías de la opresión autocrática, la
propaganda de misioneros, el nacional-chovinismo ruso”.
Fuente: Ria Novosti
Del alfabeto ruso, “portador de la rusificación y del yugo
nacional” por parte del zarismo y de la ortodoxia, se suponía que se desharían
primero los pueblos ortodoxos no eslavos del antiguo imperio, ya que no tenían
una tradición escrita en alfabeto cirílico (los komi, los carelios, etc.)
“La transición al alfabeto latino libera definitivamente a
las masas trabajadoras de cualquier influencia de los contenidos
burgueses-nacionales y religiosos en la producción impresa prerrevolucionaria”,
se decía en el acta de la sesión de una de las comisiones para la romanización.
Al mismo tiempo también se preveía transliterar a alfabeto latino todas las
lenguas de los pueblos musulmanes de la Unión Soviética que utilizaban el
alfabeto árabe (con el objetivo de eliminar la instrucción coránica y el
impacto de la educación religiosa islámica), así como las lenguas que tenían
sus propios sistemas de escritura: georgiano, armenio, calmuco, buriato, etc.
Una vez acabada la guerra civil en 1922, en la Unión
Soviética se desarrolló una construcción lingüística única por su envergadura
(la korenización o la indigenización), que proclamaba el derecho de todo
pueblo, incluso el más pequeño, a utilizar su lengua local en todas las esferas
de su nueva vida socialista.
El nuevo gobierno dedicó una gran cantidad de recursos a
crear alfabetos, diccionarios, libros de texto y a formar profesorado:
obtuvieron una autonomía completa de la lengua incluso las unidades territoriales
más pequeñas, los selsovieti o consejos soviéticos rurales (¡con un mínimo de
500 habitantes!), lo que condujo a la aparición en el mapa de la Unión
Soviética de una multitud de entidades lingüísticas nacionales de lo más
extrañas. Así, por ejemplo, en 1931, en el territorio de la república
socialista de Ucrania, junto con los selsovieti ucranianos, rusos, hebreos y
otros nacionales, existían más de cien selsovieti alemanes, trece checos… ¡y
uno sueco!
Como resultado, en un plazo de tiempo muy breve se crearon
alfabetos estandarizados en latín para decenas de pueblos analfabetos o poco
alfabetizados de la Unión Soviética que, enseguida y categóricamente, se
introducían en los pueblos. Se transliteraba mediante el uso de los nuevos
alfabetos toda la documentación, las publicaciones periódicas y los libros
impresos.
Pero muy pronto la situación cambió drásticamente. Cuando el
poder lo aglutinaban ya los círculos del Partido, Stalin favoreció su visión de
cómo debía desarrollarse el Estado soviético, que distaba tanto de los puntos
de vista del líder de la Revolución (Lenin) como de los de sus oponentes Lev
Trotski, Lev Kámenev y Grigori Zinóviev.
Un nuevo status para el ruso con Stalin
Stalin sentía mucho menos entusiasmo por la idea de exportar
la revolución, considerando más factible crear un poderoso Estado socialista en
un territorio que se ajustara lo máximo posible a las fronteras del antiguo
imperio. Es lógico que, poco a poco, desde principios de la década de 1930, en
la Unión Soviética empezaran a restaurarse parcialmente muchos fenómenos,
normas y relaciones sociales adoptadas en la Rusia prerrevolucionaria y, a su
vez, muchas novedades aportadas por la Revolución fueron declaradas
“desviaciones de oportunistas de la izquierda” e “inclinaciones trotskistas”.
Además, la crisis mundial dictaba condiciones: era necesario
recortar los enormes gastos que conllevaba reimprimir el viejo legado cultural
con los nuevos alfabetos y que exigían las constantes reformas.
En enero de 1930, la comisión para la romanización,
encabezada por el profesor Nikolái Yakovlev, preparó tres proyectos finales de
latinización de la lengua rusa, que en tiempos del Comisariado del Pueblo de la
Instrucción de Lunacharski (1917-1929) se consideraba 'inevitable'.
No obstante, el Politburó, con Stalin a la cabeza, rechazó
categóricamente, y para muchos de un modo inesperado, estos proyectos y
prohibió que en lo sucesivo se gastara en esta empresa esfuerzos y dinero. En
algunas intervenciones públicas de años posteriores Stalin subrayó la
importancia de estudiar ruso para la construcción del socialismo en la Unión
Soviética.
Y desde 1936 las lenguas romanizadas de la URSS se empezaron
a transliterar masivamente al alfabeto cirílico con el objetivo de acercar las
lenguas de los pueblos de la Unión Soviética a la lengua rusa, mientras que los
alfabetos latinizados fueron declarados a su vez “no concordantes con el
espíritu de los tiempos” o incluso “nocivos”.
La autonomía lingüística en múltiples niveles, brotada como
una flor impetuosa en los albores de la URSS, se suprimió con celeridad y en
todas partes, dando paso a una lengua rusa “reafirmada en sus derechos”. El 13
de marzo de 1938 se publicó el decreto del Comité Central del Partido comunista
Pansoviético (de los bolcheviques) “Sobre el estudio obligatorio del ruso en
las escuelas de las repúblicas nacionales y de las regiones”.
Conoce las frases rusas más célebres
Los intelectuales de los pueblos de la Unión Soviética que
se opusieron al sistema de representación de sus lenguas mediante el uso del
alfabeto cirílico (cirilización) fueron sometidos a la represión. El proceso de
enaltecimiento de la lengua rusa y del pueblo ruso en la década de 1930, bajo
el poder de Stalin, sólo tomaba impulso. En los años de la Segunda Guerra
Mundial la importancia de dominar el ruso por parte de todos los ciudadanos de
la URSS sin excepción se convirtió en una verdad absoluta.
Después de la guerra, en 1945, se publicó el famoso libro
del académico Vinográdov, La gran lengua rusa, en el que el autor, fiel al
estilo de los ensayistas prerrevolucionarios imperiales, señalaba que “la
grandeza y el poder de la lengua rusa son universalmente reconocidos. Este
reconocimiento ha penetrado profundamente en la conciencia de todos los
pueblos, de toda la humanidad”.
A finales de la década de 1940, el ruso pasó a ocupar un
lugar muy relevante en el mundo, sin precedentes en su historia: se convirtió
en una de las lenguas de trabajo de las Naciones Unidas y luego también del
Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAEM) y se convirtió en lengua de estudio
obligatoria en las escuelas e instituciones superiores de todos los países
socialistas.
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